La amistad: un organismo en tensión

Lilián Bañuelos
5 min readOct 3, 2022

--

¿Qué hay más grande que tener a alguien con quien te atrevas a hablar como contigo mismo?

Cicerón

Diría que, a diferencia del amor de pareja, es decir, el pasional y romántico, la amistad tiene otros tiempos de cocción. Mientras que un “tórrido romance” puede ser una carrera de cien metros de una sola noche, la amistad es carrera de fondo. Me gusta pensarla como un organismo que se va nutriendo de experiencias y acciones y que solito va navegando a través del tiempo. Al estar ausente de pasiones carnales, la amistad se cuece a fuego lento: tiene su propio ritmo y se maneja con otro tipo de temporalidad.

Si echamos mano de la idea de Comte-Sponville, a diferencia del Eros platónico, que se distingue por la carencia, la philia (que en griego significa amistad) es precisamente ese amor que no falta. Si el eros platónico se basa en la idealización en tanto que supone a un amante ausente, la philia, en cambio, sería la materialización del vínculo. El amante falta pero el amigo no: el amigo, en teoría, siempre está. La amistad no es una carencia desde donde florece la idealización platónica porque la amistad misma es un continuo. A lo mejor por eso es común la frase que afirma que “una amistad se cultiva”: regreso a la imagen de la amistad como un organismo orgánico al que hay que mantener con vida. Nunca regar de más ni de menos porque se nos ahoga o seca, y muere. De acuerdo con Comte-Sponville[1], Aristóteles usa philia para designar no únicamente a la amistad, sino también al amor entre personas unidas por lazos familiares: el amor entre padres e hijos, por ejemplo. Hace esta reflexión sobre el hijo como una no-carencia, al contrario, es una presencia absoluta y material. “La familia -escribe- es una philia”, esto me recuerda a otro símil que existe entre la amistad y los lazos familiares, solemos decir que mi amigo es mi hermano: “my brother from another mother”, “my sister from another mister”, incluso a quienes dicen que sus amigos son los tíos de sus hijos. Es una bella metáfora para dimensionar el amor hacia nuestras amistades: amo tanto a mi amiga que la quiero como a una hermana (ojo que aquí digo “una” y no como a “mi” hermana). La metáfora funciona para colocar esa relación en una especie de “escalafón de la amistad” pero sin duda haríamos bien en precisar que existe una diferencia abismal entre el tipo de relación que se sostiene con un amigo que con un hermano. El vínculo de la amistad es único e independiente del amor consanguíneo, es decir, no pongo en duda que pueda surgir una relación amistosa entre dos hermanas, sin embargo, tu hermana no es tu amiga solo porque entre ambas existe un amor filial. En síntesis: el amor fraterno no es suficiente para construir una relación de amistad. ¿Cuál es ese otro elemento imprescindible? Si no es este amor fraternal, ¿cuál es esa condición necesaria para que surja una amistad?

La génesis de una amistad a menudo sucede porque ambas partes comparten un espacio, una situación o varios intereses en común. Hay quienes se hacen amigos porque lucharon juntos en una guerra o porque ambas son fanáticas de Star Wars. La coyuntura detona pero no necesariamente sostiene a la amistad. El nacimiento de una amistad es el encuentro de dos temperamentos que creen compartir una identidad, diría Robert Solomon. La amistad es un juego de alteridades, en la medida en la que descubrimos más detalles del carácter del otro la relación se complejiza y eventos extraños comienza a suceder. Emprender la aventura de comenzar a conocer a alguien a profundidad nos orilla a intimar, a conocer sus defectos, sus inseguridades, sus puntos frágiles. Es curioso porque, tal y como sucede en los procesos de enamoramiento, solemos mantener un personaje al principio: somos divertidos, alegres, encantadores y los más fans de Star Wars. El problema con el personaje que hemos hecho de nosotros mismos es que no es posible sostenerlo por mucho tiempo. Si logramos mantenerlo comienza verse burdo, luce más bien como una botarga que es prácticamente imposible ocultar. Cuando el personaje se desploma es cuando ocurre lo importante: el otro es percibido en su totalidad, desde el aliento hasta las entrañas. Así sucede la intimidad y, por ende, surgen los amigos. Javier Raya, un buen amigo mío, compartía en sus redes sociales: “me considero un amigo bastante mediocre. Por un lado, creo que soy bueno para acompañar durante crisis, por ejemplo, si converso contigo, todo lo que soy está volcado en ayudar, escuchar y colaborar. Por otro lado, soy pésimo para pedir ayuda o dejarme ayudar y caigo en las inercias de la distancia muy fácilmente[2]”; creo que varios podríamos identificarnos con él: pedir ayuda es mostrar vulnerabilidad y mostrar vulnerabilidad es establecer, finalmente, intimidad con el otro. La amistad no es otra cosa que romperse enfrente de alguien y no tener que cargar solos con nuestros propios fragmentos.

Otra idea recurrente que leo o escucho de forma frecuente es la de no poder hacer relaciones después de cierta edad. Algo que tiene la juventud es que tal vez nos dé la oportunidad de ceder más y fundirnos de manera más fácil en la identidad del otro. Es posible hacernos uno con él y esquivar u obviar las diferencias. En la medida en la que maduramos y somos más dueños de lo que somos y de nosotros mismos, la zanja con los demás se hace más a ancha y abismal: estamos llenos de manías, neurosis o hasta posturas ideológicas radicales. A veces, asumir que la otredad no sólo es autónoma sino que discrepa cada vez más de nuestras posturas o valores, acaba por socavar la relación. Los vínculos de amistad no son eternos y no tendría tampoco que ser algo inexorable. Sin embargo, las diferencias no tendrían que ser un elemento que determine el fin de una amistad, antes bien, todo lo contrario. Salvo que a mi camarada no se haya afiliado a algún partido neonazi o se le haya encontrado pornografía infantil en su computadora, una relación que trasciende las diferencias o, mejor aún, las integra a la dinámica de la relación ya sea en forma de diálogo o, como dice Martha Nussbaum[3], “abriendo espacios para la broma y la auto parodia”, hace que se hagan sostenibles en el tiempo como una forma de acompañamiento en nuestra propia transformación.

La amistad es un paracaídas que sin duda a menudo nos salva, pero también es la tensión incómoda y prolongada que se produce como parte de todo proceso de autoconocimiento.

[1] Compte-Sponville, André, Ni el sexo ni la muerte. Tres ensayos sobre el amor y la sexualidad. Página 60.

[2] https://twitter.com/javier_raya/status/1029089702949859328

[3] Nussbaum, Martha C. Envejecer con sentido. Paidós. Página 190.

--

--